
09 Jun La trampa de la vocación: así se sostiene el sistema educativo
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¿Eres docente por vocación o para cobrar a fin de mes?
Aunque esta pregunta pueda hacernos echarnos las manos a la cabeza o responder con una risita incómoda, lo cierto es que es una pregunta real que le hicieron a una compañera y que me ha suscitado una profunda reflexión.
¿Cómo se percibe nuestra labor en la sociedad? ¿Es posible ejercer la docencia sin vocación? ¿Y cuánto justificamos en nombre de ella?
La vocación docente: entre idealismo y realidad
Se suele entender la vocación docente como ese deseo profundo e innato de enseñar, formar y guiar al alumnado. Un docente “con vocación” es, en teoría, quien encuentra sentido en educar incluso en medio de los desafíos. Pero esta idea, tan idealizada, puede convertirse en un arma de doble filo. Cuando romantizamos la vocación, a veces también estamos romantizando la precariedad.
A estas alturas del curso, el cansancio es palpable tanto en alumnado como en profesorado. No solo continúa la rutina habitual (ratios elevadas, escasez de recursos humanos, imposibilidad de atender a todo el alumnado dignamente…), sino que se suman evaluaciones, informes, memorias, reuniones… y también graduaciones, festivales de fin de curso, etc.
No me malinterpretéis, como en todos los trabajos, los docentes también tenemos ciertos momentos de un mayor pico de trabajo, y eso es natural. El problema aparece cuando esta carga añadida responde más a exigencias externas que a una labor pedagógica.
¿Le preguntaríamos a un médico o a un abogado si ejercen por vocación o por dinero? En cambio, en educación, especialmente en la etapa infantil, todavía se tiende a ver nuestro trabajo como algo más parecido a un hobby que a una profesión seria.
Por supuesto, esta es una generalización. En nuestro día a día convivimos con muchas familias que valoran y agradecen profundamente nuestra labor. Sin embargo, no podemos ignorar que, a nivel social, sigue existiendo cierta visión distorsionada sobre lo que implica ser docente.
Lo cierto es que los abrazos no pagan hipotecas. Y no somos menos sensibles, ni menos profesionales, por expresar cansancio o saturación. Esa culpabilidad que a veces sentimos cuando todo el mundo opina sobre nuestro horario o vacaciones no puede ser la excusa para seguir permitiendo una precariedad real.
El coste de romantizar la precariedad
No nos engañemos: el sistema educativo se sostiene no por los recursos disponibles, sino por un colectivo que lo mantiene con su esfuerzo.
Y sí, vuelvo a generalizar, porque es necesario hablar de este tema sin pretender que represente la totalidad. No todos los docentes se desviven y no toda la sociedad infravalora al gremio, pero sí es suficientemente frecuente como para que merezca una reflexión colectiva.
Mientras sigamos sosteniendo el sistema a base de entrega personal, seguirá siendo más fácil exigirnos desde la admiración que cuidarnos desde el respeto.
¿Qué opinas? Te leo en comentarios.
Patricia
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